Ayer encontré esta imagen en una página de Facebook y quise
compartirla aquí, no para hacer ver que la gramática francesa carece de
sentido, sino para probar la idea que yo tengo acerca del género gramatical: es
lo más arbitrario que encontramos en las lenguas.
Digo arbitrario por dos razones. La primera: ¿por qué
lenguas como el francés o el español gramaticalizan las diferencias sexuales de
la realidad extralingüística y no otras diferencias, como la que hay entre
seres animados e inanimados, entre cuerpos cuadrados o redondos, entre objetos
concretos y abstracciones? En el español, y también en el francés, el género,
representante lingüístico de las diferencias sexuales, “separa” los objetos del
mundo que son “sustantivables” y los reúne en grupos paradigmáticos. Y es
sencillo distinguir los objetos del mundo que, en verdad, se diferencian por el
sexo (un primo de una prima, un abogado de una abogada, un enemigo de una
enemiga). Pero aquí me consigo con la segunda razón de la híper-arbitrariedad
del género: ¿por qué agrupamos, en un género u otro, sustantivos que designan
realidades que no se diferencian de otras por el sexo? ¿Por qué una silla, una
mano, una nube, una forma, una sacudida, una preposición, son femeninos? ¿Por
qué son masculinos un triángulo, un planeta, un edificio, un concepto, un
verbo?
La respuesta es sencilla: una vez que en la lengua se
gramaticaliza una diferencia del mundo extralingüístico y se crean, a partir de
esta gramaticalización, grupos paradigmáticos, todas las realidades designables
en una lengua irán a uno u otro grupo, incluso si fuera de la lengua los
referentes carecen de las propiedades que rigen la naturaleza de dichos grupos.
Ya dentro de la lengua, sustantivos como libro o librería adquieren un género
inherente y no es descabellado decir que uno es masculino y otro femenino. Por
ello, en español una rivera es de género femenino pero un arroyo lo es del
género masculino, así designen más o menos el mismo referente; por esta razón
una jirafa es nombre femenino, aun cuando haya jirafas macho, y un jaguar es
masculino, a pesar de que hay hembras dentro de esa especie animal. Y nadie
contradice esta inherencia.
Así pues, la “decisión” lingüística de asociar la mayoría de
los sustantivos a un género no depende de ningún otro factor que no sea la
arbitrariedad que impera en el lenguaje. Si no es así, ¿por qué el carro, que
es un sustantivo español masculino (y ningún hispanohablante discutirá eso),
tiene su correspondiente francés en un sustantivo femenino, la voiture? Y una
razón más para la arbitrariedad como característica arbitraria del género: aunque
resulte paradójico, le feminisme y el feminismo son nombres masculinos, y la
masculinité y la masculinidad son femeninos. Para un hablante de la lengua
inglesa esto no tiene mucho sentido (en la lengua inglesa la gramaticalización
del género no existe), pero si decimos en español *el masculinidad o *la
feminismo los demás miembros de nuestra comunidad lingüística nos comen vivos.
¿No estoy en lo cierto?
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