lunes, 5 de mayo de 2014

Intersticios gramaticales (¿y semigramaticalizados?)

A la actividad social venezolana parece que la caracteriza el "futuro incierto": por más que planifiquemos, nunca estamos seguros de que nuestros objetivos se logren, porque la ejecución de nuestros planes siempre dependen de lo que ocurra en la plaza Bolívar, en Miraflores o en una central termoeléctrica de Oriente. Los imprevistos en Venezuela son una constante. Este modus vivendi es imperfecto, pero es el que tenemos, y debemos adaptarnos a ello, aun cuando estemos en total desacuerdo con ese boceto de sistema. Por ese muy extraño hervidero político-social-cultural tuve que interrumpir por un periodo largo, otra vez, la escritura a través de este medio. Pero como es importante retomar las tareas que nos permiten distraernos del entorno, vuelvo entonces a este, mi blog de Morfología y Sintaxis.
Estuve revisando algunos apuntes, ejercicios, clases pasadas y libros, que me permitieran aclarar sobre qué tema repasaría en la primera sesión de Morfología y Sintaxis luego del largo y obligado receso, y me encontré con algunos términos morfológicos. Entre ellos, estaba el de los morfemas endocéntricos (Almela Pérez, 1999) o apreciativos (Lázaro Mora, 1999), que son unidades morfológicas, añadidas a un lexema, que no dan más información que la apreciación personal y subjetiva del hablante. Yo en mis clases los he llamado morfemas intensionales, aunque no recuerdo quién usa ese calificativo; pude haberlo extraído del texto del mismo Lázaro Mora, quien a veces usa "intensivo" para hablar de estos morfemas, o pude haberlo leído en algún otro texto sobre morfología. Ya encontraré quién usa el término. 
Estos morfemas son bien peculiares, pues muchos nombres (sustantivos y adjetivos) del español (también algunos verbos) permiten la introducción de estas unidades, que no crean otro lexema ni enlazan ese nombre gramaticalmente a otra unidad léxica de la frase, sino que sirven solo para que el enunciador valore el referente que designa ese nombre. Así, podemos decir gato (mi ejemplo sempiterno) y gat-ito, y no estamos pensando en dos referentes distintos; estamos solo percibiendo que con el segmento [-ito] hay una valoración (en este caso, de tamaño) distinta de gato, pero siguen representando el mismo referente (un animal, mamífero, felino, doméstico). En otro ejemplo, si hablamos de un gato feo, comprendemos la cualidad que se le asigna al gato a través del adjetivo (que ya por sí solo muestra una apreciación subjetiva de su hipotético enunciador). Pero si evocamos un gato feúcho, al pobre animal lo valoramos negativamente por partida doble, porque ni siquiera es una fealdad "perfecta".  
Insisto: con este tipo de sufijos no designamos nuevos referentes ni creamos nuevos lexemas en nuestra lengua; su función radica en mostrar una apreciación personal, subjetiva, del objeto o ente que se evoque en el intercambio comunicativo. Por eso, su función es totalmente opuesta a la de los llamados morfemas exocéntricos, cuya adición a una raíz permite crear otros lexemas y, por tanto, evocar otros referentes. Por ejemplo, fútbol y futbolista entrañan significados léxicos distintos, gracias a la adición del segmento [-ista] a la base [futbol-]. Esto no sucede con los intensionales: si hablamos de un futbolistucho (ya la palabra es bien extraña), seguimos evocando a un futbolista, solo que con un matiz despectivo. 
A todo esto, sin embargo, le encontré "peros": de repente se me vinieron a la mente algunos ejemplos en los cuales un morfema originalmente apreciativo permite evocar un referente distinto y, por tanto, un nuevo lexema en nuestra lengua. Así, el gentilicio maracucho, que en un principio tenía un matiz despectivo, terminó usándose en Venezuela para llamar (sin valor despectivo) a quienes provienen, viven o nacieron en Maracaibo. Una mujerzuela, que puede entenderse primero como una mujer a la que se estima poco, usualmente evoca a "una mujer de la mala vida" (esta es la segunda acepción del DRAE para este término. Pueden buscar ustedes mismos el vocablo que ustedes crean idóneo para sustituir esta definición). El ejemplo que me pareció más curioso: telón significaba "tela grande", pero terminó haciendo referencia al lienzo que sube y baja en los escenarios de los teatros.
Hay otros ejemplos de estos casos en español. Si mis lectores pueden compartir en este espacio algún otro lexema formado con alguna partícula apreciativa, los demás lectores y yo agradeceremos el aporte. 
Espero, por otra parte, que estas interrupciones y largas temporadas de inactividad no se hayan gramaticalizado en nuestra sociedad. Obremos desde nuestros rincones para revertir ese efecto.

P.D.: Las referencias completas de Almela Pérez (1999) y Lázaro Mora (1999) son estas:
Almela Pérez, R. (1999). Procedimientos de formación de palabras en español. Barcelona: Ariel.
Lázaro Mora, F. (1999). La derivación apreciativa. En: Bosque, I. y Demonte, V. (coords.), Gramática descriptiva del español (pp. 4645-4682). Madrid: Espasa Calpe.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Orlanis, estos serían ejemplos de palabras con segmentos intensionales, pero aún conservan intacta la raíz: sigues pensando en una camioneta (grande), en un médico ("chimbo"). Pero por ejemplo con "señorita", que en principio era el diminutivo de "señora", terminó designando a una mujer joven, o soltera, o ambas cosas. Este es un ejemplo de cómo una forma intensional se convirtió en extensional.

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